Colegio Internacional de Ciencias Periciales, S.C.

¿Para qué quemarnos el cerebro pensando?

El dilema de la filosofía en la escuela

Por. Andy Gisel Collado May (Alumna de la Licenciatura en Psicología Educativa, 1° semestre.)

En un mundo obsesionado con los resultados inmediatos, muchos se preguntan si vale la pena continuar enseñando filosofía en la escuela. La respuesta, para mí, es sí, sin duda. El problema no está en la asignatura en sí; el problema está en cómo tratamos la filosofía, cómo la estamos menospreciando en el sistema educativo. Debe enseñarse no solo porque es útil, sino porque es absolutamente esencial, y la ausencia de ella en las aulas niega a los jóvenes la oportunidad de pensar críticamente.

Con demasiada frecuencia y en demasiadas escuelas, la filosofía se ha reducido sumariamente a unas pocas ideas, lo que la convierte en una disciplina limitación para los estudiantes y, en ocasiones, para quienes intentan enseñarla. Otros piensan que no tiene valor. No se puede usar para conseguir un trabajo, dicen, o no se puede aplicar a nada. Pero ¿acaso no vale la pena aprender a pensar, a cuestionar, a argumentar? A eso le llaman filosofía: no aceptar las cosas como son, sino investigar la realidad. Algunos piensan que la filosofía es demasiado complicada de entender o que debería dejarse para luego. Pero si esperamos hasta entonces, será demasiado tarde. Desde la primaria y secundaria se debería ir sembrando las semillas de las grandes preguntas de la vida. Desecharla es decirles a los jóvenes que es demasiado complicado cuestionar el mundo que los rodea.

Yo que no soy tan fanática de la filosofía y menos de estarme planteando tantas preguntas y yéndome por el camino fácil del no investigar y mucho menos el estar escuchando de los filósofos me trae a la mente un recuerdo de una clase en la que el maestro nos preguntó cuál era la definición de justicia de Sócrates: «¿Qué es la justicia?» esta simple pregunta dio lugar a un debate que, como era de esperar, duró más de una hora, en el que incluso quienes parecían haberse dado por vencidos se unieron a la discusión. Esta es la filosofía: tarea y formar ciudadanos más razonables. En una era donde no se sabe que es real o que es mentira, noticias falsas, algoritmos en línea y
puntos de vista realmente diferentes, ¿no necesitamos desesperadamente más pensamiento crítico? Y es ahí donde pienso que simplemente la filosofía está en todo, sin pensarlo.

Desde sus inicios, la filosofía ha sido una forma de mirar el mundo con ojos curiosos y críticos. No nació en universidades ni en libros cerrados, sino en las plazas públicas, en la conversación entre ciudadanos que se preguntaban por la justicia, la belleza, la verdad y el sentido de la vida. Sócrates, Platón, Aristóteles… todos entendieron que antes de aceptar una idea, hay que pensarla, discutirla, y, sobre todo, cuestionarla. Y eso es algo que la escuela debería enseñar desde los primeros años.

Sin embargo, la realidad es otra. En muchos sistemas educativos, la filosofía ocupa un lugar marginal. A veces solo se enseña un semestre, a veces se elimina por completo, o se presenta como una lista de autores y conceptos que los estudiantes deben memorizar para pasar un examen.

Enseñar filosofía no significa imponer ideas, sino abrir la mente al pensamiento. Es permitir que los estudiantes se pregunten: ¿qué es lo correcto?, ¿por qué creemos lo que creemos?, ¿cómo sabemos si algo es verdadero?

Estas preguntas pueden parecer abstractas, pero están presentes en la vida diaria. Un adolescente que duda de lo que ve en redes sociales, una niña que se pregunta si una regla es justa, un joven que reflexiona sobre su propósito en la vida… todos ellos están, sin saberlo, haciendo filosofía.

Pero si no les damos herramientas para profundizar esas preguntas, si no les enseñamos a pensar con orden, con lógica, con ética, entonces los estamos dejando solos frente a un mundo cada vez más confuso. La escuela no puede ser solo un lugar para aprender fórmulas o fechas históricas; también debe ser un espacio para aprender a pensar.

Muchas veces se critica a la filosofía porque “no tiene aplicación práctica” o “no genera empleo”. Esa visión poco critica de la educación olvida algo fundamental: sin pensamiento crítico, sin ética, sin capacidad de análisis, ninguna sociedad puede avanzar. La ciencia sin ética puede ser peligrosa. La tecnología sin pensamiento puede ser manipuladora. La economía sin reflexión puede ser injusta. Todo conocimiento necesita estar acompañado por una conciencia que lo cuestione. Y eso es lo que hace la filosofía.

Reintegrar la filosofía en las escuelas no se trata de llenar horarios con una materia más, sino de darle a los estudiantes las herramientas para buscar la verdad en un mundo que constantemente intenta distraerlos o confundirlos. Necesitamos aulas donde se fomente la duda, el diálogo, la reflexión, donde se valore más una buena pregunta que una respuesta rápida.

En resumen, el verdadero dilema no es si se debe enseñar filosofía o no, sino por qué no se le da el valor que merece. La filosofía es fundamental para formar personas críticas, responsables y conscientes. No es una pérdida de tiempo: es una inversión en nuestro pensamiento y en nuestra sociedad.

Por eso, enseñar filosofía en la escuela no solo es importante, es necesario. Si no enseñamos a pensar, no estamos educando de verdad. Enseñar filosofía en la escuela no es un lujo, es una necesidad. Formar mentes que piensen, duden, analicen y argumenten debe ser una prioridad educativa, no una opción secundaria. Si no cultivamos la capacidad de pensar críticamente desde temprana edad, corremos el riesgo de criar generaciones que repitan sin comprender y obedezcan sin cuestionar. Es hora de volver a dar a la filosofía el lugar que merece en las aulas, porque educar sin enseñar a pensar y cuestionarse, no es educar.

Al final, la filosofía no promete verdades absolutas, pero sí promete una actitud: la de quien no se conforma, la de quien busca, la de quien piensa. Y esa actitud, más que cualquier contenido, es lo que puede transformar la educación y la sociedad.

Si seguimos omitiendo la filosofía, corremos el riesgo de formar generaciones que saben hacer muchas cosas… pero que no saben por qué las hacen. Y en esa pérdida silenciosa, se nos puede ir lo más valioso: el amor por la verdad. Porque educar no es solo preparar para un empleo, es preparar para la vida. Y una vida que no se cuestiona, como dijo Sócrates, no merece ser vivida. Por eso, hoy más que nunca, la filosofía debe volver a ser una brújula en la formación de los jóvenes. No como una simple materia más, sino como el arte de buscar con valentía y honestidad, esa verdad que todos, en el fondo, seguimos necesitando.

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